Exactamente veinticuatro horas antes del atentado etarra de la T-4, el Presidente Rodríguez Zapatero afirmaba que, en relación al terrorismo, estábamos mejor que hace un año y que dentro de otro lo estaríamos aún más. Un día antes de esas declaraciones, la eurodiputada socialista Rosa Díez alertaba acerca de evidentes signos de deterioro de la democracia española; de cómo se ha instalado en nuestra sociedad el relativismo, el positivismo a ultranza, el pensamiento fláccido, el optimismo ciego y patológico, el afán de cerrar los ojos ante aquella parte de la realidad que no nos gusta.
Los últimos tres años este Gobierno ha vivido al margen de la realidad. Y lo que es peor, ha intentado ocultar esa peligrosa realidad a muchos españoles. Pero ninguna sociedad avanza cerrando los ojos a lo evidente.
Nadie niega el derecho de este Gobierno a intentar acabar con el terrorismo etarra. Lo que se cuestiona y lo que preocupa es el cómo y el que se haga sin el consenso del único partido político con posibilidad de sustituir al actual en la lucha contra el terrorismo. Es cierto que otros gobiernos se reunieron con ETA, pero nunca antes se había temido tanto que se estuviera dispuesto a pagar un precio político por el fin de la violencia. Nunca antes hubo tanto oscurantismo ni tantas razones para la sospecha de que se negocia lo innegociable. Y si no es el caso, corresponde al gobierno despejar las dudas.
¿En que manos estamos cuando las palabras de un presidente, acerca de un proceso que es una apuesta personal suya, son desmentidas un día después con más de quinientos kilos de explosivos? ¿Cómo puede el Ministro del Interior alegar que la policía no le había avisado de que ETA iba a romper la tregua y quedarse tan tranquilo?
Tras el atentado del 30 de diciembre este Presidente carece de toda legitimidad para liderar cualquier lucha antiterrorista. Porque al cargarse el Pacto Antiterrorista, se cargó el arma más eficaz hasta ahora contra el terrorismo. Porque ha minimizado actos terroristas. Porque ha calificado los atentados como accidentes mortales. Porque ha escuchado a los terroristas y no a las víctimas. Porque ha consentido chivatazos policiales e intervenciones judiciales que debilitaron la defensa antiterrorista. Porque ha tolerado la recuperación política de Batasuna y ha permitido que este partido ilegalizado y que estaba moribundo vuelva a adueñarse de la calle.
Lo más dramático, sin embargo, es la incapacidad de liderazgo que transmite el Presidente Zapatero, precisamente en un momento en el que España necesita líderes y hombres de Estado. No se puede tardar nueve horas en comparecer ante la prensa tras un atentado de esta magnitud y connotación. No se puede tardar cuatro días en visitar a las víctimas. No se puede estar otros tantos sin aparecer por la zona del atentado. No se puede tardar dos semanas en comparecer en el Congreso de los Diputados como ha dicho que lo hará.
El señor Zapatero no es culpable del atentado de Barajas del día 30 de diciembre, porque sólo ETA lo es. Pero el actual Presidente del Gobierno español sí ha asumido responsabilidades morales y políticas, que en otras naciones podrían ser consideradas judiciales. El Presidente Zapatero ha debilitado al Estado de Derecho y ha acabado convertido en el instrumento necesario del rearme de ETA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario