Desde la óptica de nuestro tiempo, cobran especial relevancia las revoluciones liberales europeas del siglo XIX, infancia de nuestro sistema político más preciado, la democracia. De actualidad, pues hace década y media se derrumbó la otra gran alternativa gestada en el siglo decimonónico: el comunismo. De actualidad también, porque resurge un populismo socialista en toda América Latina.
Aquí, el libro de Martin Amis, Koba el Temible. La risa y los Veinte millones, es revelador. Una obra no apta para algunos, que difícilmente aceptarán la afirmación del autor de que Stalin, a diferencia de Hitler, sí hizo todo el mal que pudo. No se trata de establecer ninguna aritmética grotesca entre un dictador sanguinario y otro, sino de dilucidar la raíz totalitaria de una de las ideologías que dominaron y dominan el espectro político a nivel nacional e internacional.
En contraposición a las ideologías del siglo XIX –democracia y liberalismo-, que hacían de la libertad del individuo objetivo fundamental, los regímenes fascista y nazi anteponían la omnipotencia estatal a los derechos de los ciudadanos. Ninguna de las dos es una degeneración de la tradición conservadora y liberal, a la que repudiaban. En cambio, si los siglos XVIII y XIX fueron para la izquierda de creación y elaboración, el XX fue el siglo de la pereza mental. Durante años, los regímenes comunistas han sido el reflejo que la izquierda ha querido ver en el espejo y para muchos socialistas, la Caída del Telón de Acero supuso una catástrofe.
Conocidos son los nombres de Dachau, Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Mathausen. Extraños los de Kolymá, Solovky, Perm, Vorkutá, Sandarmoj, Belomorkanal, Solovetski, en los que perecieron muchos más seres humanos. Los que nombran los campos nazis, creen que fueron producto de una aberración ideológica derechista, mientras, si por algún casual, conocen el gulag o las masacres estalinistas, no relacionan tales atrocidades con la ideología izquierdista.
Aquí, el libro de Martin Amis, Koba el Temible. La risa y los Veinte millones, es revelador. Una obra no apta para algunos, que difícilmente aceptarán la afirmación del autor de que Stalin, a diferencia de Hitler, sí hizo todo el mal que pudo. No se trata de establecer ninguna aritmética grotesca entre un dictador sanguinario y otro, sino de dilucidar la raíz totalitaria de una de las ideologías que dominaron y dominan el espectro político a nivel nacional e internacional.
En contraposición a las ideologías del siglo XIX –democracia y liberalismo-, que hacían de la libertad del individuo objetivo fundamental, los regímenes fascista y nazi anteponían la omnipotencia estatal a los derechos de los ciudadanos. Ninguna de las dos es una degeneración de la tradición conservadora y liberal, a la que repudiaban. En cambio, si los siglos XVIII y XIX fueron para la izquierda de creación y elaboración, el XX fue el siglo de la pereza mental. Durante años, los regímenes comunistas han sido el reflejo que la izquierda ha querido ver en el espejo y para muchos socialistas, la Caída del Telón de Acero supuso una catástrofe.
Conocidos son los nombres de Dachau, Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Mathausen. Extraños los de Kolymá, Solovky, Perm, Vorkutá, Sandarmoj, Belomorkanal, Solovetski, en los que perecieron muchos más seres humanos. Los que nombran los campos nazis, creen que fueron producto de una aberración ideológica derechista, mientras, si por algún casual, conocen el gulag o las masacres estalinistas, no relacionan tales atrocidades con la ideología izquierdista.
Resulta curioso constatar cómo la ideología que perdió la guerra fría y ha causado –y sigue causando- el mayor número de muertos y represaliados políticos de toda la historia ha logrado mantener un plus de legitimidad y un aura de “más democrática” que la derecha; cómo la izquierda intervencionista y, por tanto, antiliberal, –la misma que pone a Cuba como ejemplo de paraíso democrático- ha logrado aparecer ante la sociedad y ante la Historia como la promotora de los mayores beneficios para la democracia y la humanidad. Lo que Juan Manuel de Prada denomina “chollo ideológico de la izquierda”. La aceptación de que la izquierda siempre tiene razón.
La izquierda no sólo ha logrado darnos esquinazo sobre su genealogía, sino que ha asignando a la derecha una que no le corresponde. Lo advertía Jean François Revel, “la primera de las fuerzas que mueven el mundo es la mentira”.
La izquierda no sólo ha logrado darnos esquinazo sobre su genealogía, sino que ha asignando a la derecha una que no le corresponde. Lo advertía Jean François Revel, “la primera de las fuerzas que mueven el mundo es la mentira”.
En España, Zapatero se declara “rojo” y “heredero de la II República”, presidida por Manuel Azaña, para el que –mientras quemaban iglesias, saqueaban conventos y asesinaban a curas- “la vida de un republicano valía más que todas las iglesias de Madrid”. Frases que descalifican a sus autores; les retrata y deslegitima como demócratas y gobernantes. Ambos personajes son verdaderos ensayos sobre el poder, sobre cómo se accede a él y cómo se mantiene, cómo aquellos que anhelan lograrlo o mantenerlo, tienden a sacrificar cualquier cosa y a cualquiera en su nombre.
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