Recientemente acudí a un seminario organizado por el Instituto Europeo del Mediterráneo en la ciudad de Barcelona. En él se trataron temas relacionados con nuestros vecinos del Mare Nostrum. Uno de los ponentes explicó que la cooperación europea con sus vecinos de la ribera sur está atascada debido a que Europa atraviesa una profunda crisis, económica, en parte, pero sobre todo de identidad. ¿Quo vadis Europa? parecía ser la pregunta. Antes es preciso saber cuáles son nuestras raíces.
El sociólogo alemán Max Weber fue de los primeros en percibir la aspiración universal de muchas de las creaciones europeas. La ciencia moderna, por ejemplo, es una invención de Occidente que tiene valor universal. Igualmente lo son el liberalismo, la separación entre la sociedad civil y el Estado o entre la religión y el Estado, el Estado de derecho, el Estado social, la democracia, las convenciones, declaraciones o cartas –que precisamente se llaman universales- de los derechos. Éstas y otras son creaciones originarias y propias de Occidente, en su mayor parte del Occidente europeo, que nacieron en una determinada época de su historia, se afirmaron e impusieron en otras partes del mundo y pretenden tener un valor universal. Así lo explica el filósofo y ex-Presidente del Senado italiano, Marcello Pera.
En mayor o menor medida, el cristianismo ha influido en cada uno de estos cambios decisivos. Es sin duda la tradición que más influjo ha ejercido en la historia de Occidente. Dice el filósofo David Lodge: “Europa no puede entenderse sin su historia, y su historia ha sido cristiana la mayor parte de los últimos dos mil años. El cristianismo se refleja en la arquitectura de nuestras ciudades, en las obras de arte de nuestros museos, en nuestras tradiciones literarias e incluso en nuestro calendario.”
Por eso no se entiende que la Primera Constitución europea se redactase en términos que parecen olvidar estos hechos. Al fin y al cabo muchas de nuestras acciones históricas han sido impulsadas por el cristianismo: la reconquista española, las cruzadas medievales, las guerras religiosas, la reforma protestante y la contrarreforma católica, las luchas contra el Imperio Otomano, la colonización de Ámérica, etc.
De nuevo Marcello Pera: “otra aportación europea con valor universal, es el concepto del hombre como individuo responsable de sus acciones.” Y es en este aspecto donde la integración de personas de diferentes culturas y religiones choca con el concepto de Europa: no tanto la cultura laica frente a la religiosa, que también, sino la autonomía del individuo frente al grupo.
El pensador y escritor Germán Gullón opina que la existencia de una constitución europea emana de la necesidad percibida por los ciudadanos de la UE de preservar la identidad europea, imperfecta si se quiere, pero con unas fuertes raíces de tradición cultural judeo-cristiana. Y coincido también con él en que la invitación a los inmigrantes para integrarse en las sociedades continentales debe incluir una condición inamovible: su respeto a la pluralidad europea, sólo posible a través de su europeización, a su vez, la mejor garantía de su completa integración en nuestra sociedad occidental.
No deseamos una sociedad formada por un mosaico de gentes y culturas que luchen entre sí por el poder. La constitución tiene que garantizar la legitimidad y permanencia de la cultura que identifica Europa con la libertad.
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