Tras el asesinato de Luis Conde, algunos descubren que ETA, la cosa que mata desde hace décadas, asesina.
ZP presumía de un “proceso de paz” durante el cual no se producían atentados mortales (las extorsiones y los ataques contra inmuebles seguían). Cuando los hubo, fueron “accidentes”. A Otegui se le calificó como hombre de paz. De Juana Chaos recibió unos miramientos que a Ortega Lara se le tuvieron que atragantar. La inversión de valores fue tal, que posibilitó que aquellos que defendieron los principios que hoy vuelven a ser asumidos como colectivos y necesarios para derrotar al terror, sufrieran un acoso civil terrible.
Pero claro, los mayores dislates e injusticias de la Historia no habrían contado con la aquiescencia de buena parte de la ciudadanía si no hubiesen ido acompañados de una calculada manipulación de la información y del lenguaje.
Otro militar español asesinado por ETA y las lágrimas de la Ministra de Defensa son de cocodrilo. No porque no lamente el crimen, sino porque cree que un cargo oficial es una tribuna para hacer declaraciones ideológicas en vez de servir a los intereses de la nación. Un Ministro de Defensa que presume de pacifista no está capacitado para ostentar dicho cargo, porque defender unos valores democráticos y de libertad puede suponer tener que enterrar, como hemos enterrado ya, a muchos Luis Conde. "Sus lloros son nuestras sonrisas" y "sus lágrimas serán mi alimento para un mes", decía de Juana Chaos. Ahíto habrá quedado el asesino.
Los políticos están ahí para evitar esos funerales. Nada peor que la sensación de que un gobierno no ha hecho lo posible para proteger a sus ciudadanos. Una de las mayores traiciones imaginables.
“Las creencias (o la falta de ellas) deberían pertenecer al ámbito de lo privado. Su mezcla con los asuntos públicos es perversión incompatible con la democracia. Cuando lo público invade la esfera de lo privado, se incuba el totalitarismo. Cuando es lo privado lo que se adueña de lo público, es cuando nace la corrupción”, escribe Santiago González.
Tanta ideología nubla la visión y este gobierno está cargado de ella.
Tras la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama habló del “fin de la historia”. Para Ralph Darhendorf aquella debacle supuso el “recomienzo de la historia”. La izquierda española, la más reaccionaria en el panorama político europeo, es ajena a ese debate. Ahistórica, desprecia las enseñanzas que nos brinda el pasado. Estática, persiste en la equivocación.
Esta izquierda suicida permanece autista a la idea de que la mejor manera de combatir el terrorismo etarra es a través de la presión policial, la presión judicial, la ilegalización de las marcas electorales títeres, y una retaguardia social cómo supo estarlo a partir del espíritu de Ermua. Aplicar la Ley siempre, no “según las circunstancias”.
ZP presumía de un “proceso de paz” durante el cual no se producían atentados mortales (las extorsiones y los ataques contra inmuebles seguían). Cuando los hubo, fueron “accidentes”. A Otegui se le calificó como hombre de paz. De Juana Chaos recibió unos miramientos que a Ortega Lara se le tuvieron que atragantar. La inversión de valores fue tal, que posibilitó que aquellos que defendieron los principios que hoy vuelven a ser asumidos como colectivos y necesarios para derrotar al terror, sufrieran un acoso civil terrible.
Pero claro, los mayores dislates e injusticias de la Historia no habrían contado con la aquiescencia de buena parte de la ciudadanía si no hubiesen ido acompañados de una calculada manipulación de la información y del lenguaje.
Otro militar español asesinado por ETA y las lágrimas de la Ministra de Defensa son de cocodrilo. No porque no lamente el crimen, sino porque cree que un cargo oficial es una tribuna para hacer declaraciones ideológicas en vez de servir a los intereses de la nación. Un Ministro de Defensa que presume de pacifista no está capacitado para ostentar dicho cargo, porque defender unos valores democráticos y de libertad puede suponer tener que enterrar, como hemos enterrado ya, a muchos Luis Conde. "Sus lloros son nuestras sonrisas" y "sus lágrimas serán mi alimento para un mes", decía de Juana Chaos. Ahíto habrá quedado el asesino.
Los políticos están ahí para evitar esos funerales. Nada peor que la sensación de que un gobierno no ha hecho lo posible para proteger a sus ciudadanos. Una de las mayores traiciones imaginables.
“Las creencias (o la falta de ellas) deberían pertenecer al ámbito de lo privado. Su mezcla con los asuntos públicos es perversión incompatible con la democracia. Cuando lo público invade la esfera de lo privado, se incuba el totalitarismo. Cuando es lo privado lo que se adueña de lo público, es cuando nace la corrupción”, escribe Santiago González.
Tanta ideología nubla la visión y este gobierno está cargado de ella.
Tras la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama habló del “fin de la historia”. Para Ralph Darhendorf aquella debacle supuso el “recomienzo de la historia”. La izquierda española, la más reaccionaria en el panorama político europeo, es ajena a ese debate. Ahistórica, desprecia las enseñanzas que nos brinda el pasado. Estática, persiste en la equivocación.
Esta izquierda suicida permanece autista a la idea de que la mejor manera de combatir el terrorismo etarra es a través de la presión policial, la presión judicial, la ilegalización de las marcas electorales títeres, y una retaguardia social cómo supo estarlo a partir del espíritu de Ermua. Aplicar la Ley siempre, no “según las circunstancias”.
Las palabras del hijo de la víctima pidiendo al gobierno “que pare esto”, han provocado, por fin, una respuesta contundente de un Presidente del Gobierno que nos tenía acostumbrados a la ambigüedad de sus expresiones blandas, propias de un pensamiento relativista y poco profundo. Desafortunadamente existen motivos para dudar de la templanza de este hombre, de su capacidad para aguantar los meses venideros, que se presumen duros por lo que parece el inicio de una nueva ofensiva etarra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario