En el siglo XIX, Alexis de Tocqueville viajó por los Estados Unidos de América. Entre las cosas que más llamaron su atención, ninguna le sorprendió tanto como la igualdad de oportunidades.
En la España preelectoral del siglo XXI aguardamos a que las cúpulas de los partidos -una persona rodeada de otras de capacidad desconocida- nos indiquen a los candidatos que hemos de votar. En EEUU ocurre lo contrario: Los electores van descartando los candidatos que se ofrecen, para luego escoger entre los dos que hayan logrado reunir un máximo de consenso en torno a sus propuestas y personas.
Las presidenciales norteamericanas están en fase inicial, lo que se llama primarias. Todo está en juego: la personalidad de los candidatos –hay que estar hecho de una pasta diferente para semejante carrera, el electorado al que éstos dan voz y aspiran representar, los grandes planteamientos ideológicos y políticos, así como la visión del mundo de cada candidato. Todo acabará siendo de enorme importancia.
Así funciona una democracia auténtica. Lo que tenemos aquí, es un acto completamente burocrático que así hemos bautizado porque hay urnas y un día de elecciones, además de debates, cuando los hay.
Representar a los ciudadanos no es cualquier cosa. Si alguien quiere hacerlo, que se lo trabaje. Que desarrolle un programa con ideas propias. Que persuada que sus iniciativas son mejores, incluso frente a otras de miembros de su mismo partido. Y sobre todo, que busque financiación y no utilice recursos del Estado para fines propios. El sistema en España recuerda a la teoría del Profesor Bayart sobre África, donde el poder no es visto como un servicio al estado sino como acceso a sus recursos, donde gente sin otro mérito que la fidelidad al clan/partido, nunca al votante, se aprovechan.
Se trata de votar personas con ideas, no partidos con dogmas. Las listas cerradas, la disciplina de partido y el caudillismo son fórmulas de dirigismo político que alejan a los ciudadanos de su condición de tal y les acerca a la de súbditos. Pero sobre todo, perpetúa parásitos en posiciones de responsabilidad.
¿Quién renunciará al coche oficial y las prebendas si nadie responde? Las primarias es la mejor manera de que candidatos y votantes se conozcan, de que los primeros se ganen la confianza de los segundos, de que éstos se convenzan que aquéllos desean servirles y, de que en caso de que les fallen, puedan ser sustituidos por otros.
En EEUU hubo demócratas que apoyaron la invasión de Irak y republicanos que se opusieron a ella. ¿El motivo? Sus votantes. ¿Alguien imagina a Blanco votando en contra de una iniciativa de ZP? Y, ¿a Zaplana en contra de Rajoy? Cada congresista americano ha hecho campaña y ha sido elegido por los ciudadanos, que le han votado en base a un programa electoral, del cual es responsable ante estos. Se ha establecido una especie de contrato entre ambos.
En la España preelectoral del siglo XXI aguardamos a que las cúpulas de los partidos -una persona rodeada de otras de capacidad desconocida- nos indiquen a los candidatos que hemos de votar. En EEUU ocurre lo contrario: Los electores van descartando los candidatos que se ofrecen, para luego escoger entre los dos que hayan logrado reunir un máximo de consenso en torno a sus propuestas y personas.
Las presidenciales norteamericanas están en fase inicial, lo que se llama primarias. Todo está en juego: la personalidad de los candidatos –hay que estar hecho de una pasta diferente para semejante carrera, el electorado al que éstos dan voz y aspiran representar, los grandes planteamientos ideológicos y políticos, así como la visión del mundo de cada candidato. Todo acabará siendo de enorme importancia.
Así funciona una democracia auténtica. Lo que tenemos aquí, es un acto completamente burocrático que así hemos bautizado porque hay urnas y un día de elecciones, además de debates, cuando los hay.
Representar a los ciudadanos no es cualquier cosa. Si alguien quiere hacerlo, que se lo trabaje. Que desarrolle un programa con ideas propias. Que persuada que sus iniciativas son mejores, incluso frente a otras de miembros de su mismo partido. Y sobre todo, que busque financiación y no utilice recursos del Estado para fines propios. El sistema en España recuerda a la teoría del Profesor Bayart sobre África, donde el poder no es visto como un servicio al estado sino como acceso a sus recursos, donde gente sin otro mérito que la fidelidad al clan/partido, nunca al votante, se aprovechan.
Se trata de votar personas con ideas, no partidos con dogmas. Las listas cerradas, la disciplina de partido y el caudillismo son fórmulas de dirigismo político que alejan a los ciudadanos de su condición de tal y les acerca a la de súbditos. Pero sobre todo, perpetúa parásitos en posiciones de responsabilidad.
¿Quién renunciará al coche oficial y las prebendas si nadie responde? Las primarias es la mejor manera de que candidatos y votantes se conozcan, de que los primeros se ganen la confianza de los segundos, de que éstos se convenzan que aquéllos desean servirles y, de que en caso de que les fallen, puedan ser sustituidos por otros.
En EEUU hubo demócratas que apoyaron la invasión de Irak y republicanos que se opusieron a ella. ¿El motivo? Sus votantes. ¿Alguien imagina a Blanco votando en contra de una iniciativa de ZP? Y, ¿a Zaplana en contra de Rajoy? Cada congresista americano ha hecho campaña y ha sido elegido por los ciudadanos, que le han votado en base a un programa electoral, del cual es responsable ante estos. Se ha establecido una especie de contrato entre ambos.
Alberto Ruiz Gallardón no encarna lo que yo considero ideas liberales. Sin embargo, no es fácil apreciar un sistema que le impide dar rienda suelta a sus legítimas aspiraciones políticas y ambiciones profesionales. ¿Por qué no va a poder concurrir en calidad de candidato a lo que sea si los ciudadanos así lo deciden?
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