Escribe el Profesor F.H. Hayek que los acontecimientos contemporáneos difieren de la Historia en que no conocemos los resultados que producirán. Y añade que, mientras ésta fluye, no es Historia para nosotros.
En este sentido, para los amantes de la libertad y aquellos que rechazan las “miserias del historicismo”, el año 1989 marca un hito en la larga lucha entre totalitarismo y liberalismo que caracterizó el siglo XX. La caída del muro de Berlín y la del bloque comunista dos años después, es para los liberales el hecho más importante del siglo XX y posiblemente de varios más.
“Nunca en la Historia se había derrumbado un imperio de la forma en que lo hizo la Unión Soviética, sin una derrota militar, sin una invasión extranjera, sin siquiera una amenaza externa,” dice Hermann Terstsch. Efectivamente, el socialista fue un régimen de estancamiento total, de subdesarrollo manifiesto, de ausencia de progreso e imaginación; burocrático y gris. La falta absoluta de libertades acabó con la sociedad civil, creando una situación sin esperanza. Y añade Terstsch, “el imperio soviético se hundió silenciosamente, casi sin violencia, al no quedar nadie que lo defendiera.”
Mientras que en los siglos XVIII y XIX la izquierda elaboró sus teorías sociales, políticas y económicas, el siglo XX supuso el fin de su fuerza creativa. Fue el siglo de la pereza mental socialista, exultante como estaba por haber logrado llevar sus teorías a la práctica.
De todas las izquierdas europeas, la española es la que ha mostrado mayor incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos. No sólo niegan el fracaso de aquella ideología, sino que no han tardado ni dudado en proclamar el fracaso del liberalismo económico frente a una crisis que, simplemente, no es comparable a la mísera situación de aquellos países que todavía hoy padecen el socialismo. Una crisis, por cierto, que desborda al actual gobierno socialista y que agrava con cada medida intervencionista que introduce.
Frente al liberalismo que sufre crisis eventuales, el socialismo es una crisis permanente.
Para no caer en el mismo error del determinismo histórico, es preciso decir que no es el liberalismo un sistema perfecto. Pero hasta el momento sí que es el que ha garantizado mayores índices de libertad individual y es el que ha logrado hacer retroceder la pobreza en el mundo en mayor medida, frente a otras corrientes que estaban dispuestas a empujar los acontecimientos por donde debían ir, y de obligar a las personas a seguir el camino que por grado o por fuerza les llevaría a su realización como seres humanos. Aunque fuera en el papel de víctimas inevitables del desarrollo histórico.
El liberalismo no es perfecto, pero al igual que la democracia, es perfeccionable. Y esto por una sencilla razón: porque permite preservar la identidad del individuo y le proporciona la libertad necesaria para desarrollar su industria y aprovechar las oportunidades que se le presentan. No está de más recordar la estrecha vinculación entre la libertad intelectual y el desarrollo científico y tecnológico de un país. De ahí la importancia de las palabras del filósofo español José Antonio Marina, cuando compara a un país que importa científicos y otro que importa futbolistas.
España se hunde en una crisis que amenaza con superar nuestras peores pesadillas. Frente a cada nuevo síntoma de hundimiento, la respuesta del Gobierno de ZP no han sido medidas prácticas que hayan demostrado su efectividad en situaciones semejantes anteriores, si no más ideología. La última remodelación del gobierno es la muestra más clara. Y es de nuevo Hayek, sin duda más sabio que nuestro Presidente, quien dijo que “el uso de la ideología como coerción sigue siendo una de las mejores armas para perpetuar el imperio de una burocracia.”
Es difícil imaginar un perfil que se ajuste mejor al de burócrata que el del Sr. José Blanco.
En este sentido, para los amantes de la libertad y aquellos que rechazan las “miserias del historicismo”, el año 1989 marca un hito en la larga lucha entre totalitarismo y liberalismo que caracterizó el siglo XX. La caída del muro de Berlín y la del bloque comunista dos años después, es para los liberales el hecho más importante del siglo XX y posiblemente de varios más.
“Nunca en la Historia se había derrumbado un imperio de la forma en que lo hizo la Unión Soviética, sin una derrota militar, sin una invasión extranjera, sin siquiera una amenaza externa,” dice Hermann Terstsch. Efectivamente, el socialista fue un régimen de estancamiento total, de subdesarrollo manifiesto, de ausencia de progreso e imaginación; burocrático y gris. La falta absoluta de libertades acabó con la sociedad civil, creando una situación sin esperanza. Y añade Terstsch, “el imperio soviético se hundió silenciosamente, casi sin violencia, al no quedar nadie que lo defendiera.”
Mientras que en los siglos XVIII y XIX la izquierda elaboró sus teorías sociales, políticas y económicas, el siglo XX supuso el fin de su fuerza creativa. Fue el siglo de la pereza mental socialista, exultante como estaba por haber logrado llevar sus teorías a la práctica.
De todas las izquierdas europeas, la española es la que ha mostrado mayor incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos. No sólo niegan el fracaso de aquella ideología, sino que no han tardado ni dudado en proclamar el fracaso del liberalismo económico frente a una crisis que, simplemente, no es comparable a la mísera situación de aquellos países que todavía hoy padecen el socialismo. Una crisis, por cierto, que desborda al actual gobierno socialista y que agrava con cada medida intervencionista que introduce.
Frente al liberalismo que sufre crisis eventuales, el socialismo es una crisis permanente.
Para no caer en el mismo error del determinismo histórico, es preciso decir que no es el liberalismo un sistema perfecto. Pero hasta el momento sí que es el que ha garantizado mayores índices de libertad individual y es el que ha logrado hacer retroceder la pobreza en el mundo en mayor medida, frente a otras corrientes que estaban dispuestas a empujar los acontecimientos por donde debían ir, y de obligar a las personas a seguir el camino que por grado o por fuerza les llevaría a su realización como seres humanos. Aunque fuera en el papel de víctimas inevitables del desarrollo histórico.
El liberalismo no es perfecto, pero al igual que la democracia, es perfeccionable. Y esto por una sencilla razón: porque permite preservar la identidad del individuo y le proporciona la libertad necesaria para desarrollar su industria y aprovechar las oportunidades que se le presentan. No está de más recordar la estrecha vinculación entre la libertad intelectual y el desarrollo científico y tecnológico de un país. De ahí la importancia de las palabras del filósofo español José Antonio Marina, cuando compara a un país que importa científicos y otro que importa futbolistas.
España se hunde en una crisis que amenaza con superar nuestras peores pesadillas. Frente a cada nuevo síntoma de hundimiento, la respuesta del Gobierno de ZP no han sido medidas prácticas que hayan demostrado su efectividad en situaciones semejantes anteriores, si no más ideología. La última remodelación del gobierno es la muestra más clara. Y es de nuevo Hayek, sin duda más sabio que nuestro Presidente, quien dijo que “el uso de la ideología como coerción sigue siendo una de las mejores armas para perpetuar el imperio de una burocracia.”
Es difícil imaginar un perfil que se ajuste mejor al de burócrata que el del Sr. José Blanco.