Antes de escribir sobre él quería releer su espléndido libro Ébano y redescubrir la pasión por la lectura, esa otra forma de viajar y de conocer a través del espacio y del tiempo. Tenía razón el escritor polaco: hay que leer cien páginas para poder escribir una sola.
Ébano es el amor por África. Un retrato fiel de ese continente a la deriva, que deja entrever un afán desbordante por conocer la realidad, social más que política, de aquellos lugares que recorre. Los que hemos pisado África Negra, hemos leído primero en Ébano todo lo que hemos contemplado después.
África fue uno de sus territorios favoritos aunque escribió sobre otras regiones. Viajó mucho, evitando siempre las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Prefería subirse a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. A la hora de escribir, combinaba una preparación rigurosa en la que había leído cientos de volúmenes, con el vivir en las casas de los arrabales más pobres, plagadas de cucarachas y aplastadas por el calor. Vagabundeaba por las calles captando la esencia del día a día, sumergiéndose en ese mundo de los sentidos que es África. Se empapaba de África. Lleva al lector de paseo por la realidad africana sin dar lecciones maestras, más bien esbozos o pistas. Busca mezclarse con la gente muda, que no sabe hablar ni plantear sus demandas, que no sabe organizarse ni pedir que se les oiga.
Kapuscinski creció en la Polonia ocupada por la URSS y le resultaba fácil hablar de los refugiados del Tercer Mundo. Conocía el miedo siempre presente, andar descalzo, no poder ir a la escuela y carecer de libros que leer. Haber sobrevivido a eso de una manera honesta, le permitía sentirse en su propia casa en situaciones de pobreza. “Yo pertenezco a ese mundo”, llegó a expresar en alguna ocasión.
Su último libro, Viajes con Herodoto, es una especie de autobiografía (los son prácticamente todos sus libros), en el que hace un recorrido por sus inicios como reportero, de la mano del padre de la Historia. De nuevo, las relaciones humanas que entabla en sus viajes ocupan un lugar destacado y capta todo con su mirada.
Kapuscinski no busca transmitir pura información a través de sus libros. Le interesan las ideas, el pensamiento, las reflexiones. En sus obras incorpora la reflexión, filosófica o en planteamiento cercano a la antropología cultural. Observa la realidad y la transmite de una manera muy personal; escribía sobre acontecimientos reales y personas de carne y hueso. Creía firmemente que en su profesión la objetividad era la única opción porque sólo así puede uno “identificarse con las víctimas de la Historia y sus causas perdidas.” Estaba convencido de que los cínicos no valen para el oficio de reportero.
Manuel Leguineche, el padre de la tribu de los corresponsales españoles, dice de él que leía lo que pocos eran capaces de leer, veía lo que pocos eran capaces de ver; y estaba guiado por la compasión, por su amor hacia los pueblos abandonados, por un sentido de la solidaridad propio de su ética del periodismo. Y Alfonso Armada describía su estilo como “el de su alma, la de un hombre cercano capaz de encender hogueras de palabras que calientan e iluminan más que el fuego.”
Ébano es el amor por África. Un retrato fiel de ese continente a la deriva, que deja entrever un afán desbordante por conocer la realidad, social más que política, de aquellos lugares que recorre. Los que hemos pisado África Negra, hemos leído primero en Ébano todo lo que hemos contemplado después.
África fue uno de sus territorios favoritos aunque escribió sobre otras regiones. Viajó mucho, evitando siempre las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Prefería subirse a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. A la hora de escribir, combinaba una preparación rigurosa en la que había leído cientos de volúmenes, con el vivir en las casas de los arrabales más pobres, plagadas de cucarachas y aplastadas por el calor. Vagabundeaba por las calles captando la esencia del día a día, sumergiéndose en ese mundo de los sentidos que es África. Se empapaba de África. Lleva al lector de paseo por la realidad africana sin dar lecciones maestras, más bien esbozos o pistas. Busca mezclarse con la gente muda, que no sabe hablar ni plantear sus demandas, que no sabe organizarse ni pedir que se les oiga.
Kapuscinski creció en la Polonia ocupada por la URSS y le resultaba fácil hablar de los refugiados del Tercer Mundo. Conocía el miedo siempre presente, andar descalzo, no poder ir a la escuela y carecer de libros que leer. Haber sobrevivido a eso de una manera honesta, le permitía sentirse en su propia casa en situaciones de pobreza. “Yo pertenezco a ese mundo”, llegó a expresar en alguna ocasión.
Su último libro, Viajes con Herodoto, es una especie de autobiografía (los son prácticamente todos sus libros), en el que hace un recorrido por sus inicios como reportero, de la mano del padre de la Historia. De nuevo, las relaciones humanas que entabla en sus viajes ocupan un lugar destacado y capta todo con su mirada.
Kapuscinski no busca transmitir pura información a través de sus libros. Le interesan las ideas, el pensamiento, las reflexiones. En sus obras incorpora la reflexión, filosófica o en planteamiento cercano a la antropología cultural. Observa la realidad y la transmite de una manera muy personal; escribía sobre acontecimientos reales y personas de carne y hueso. Creía firmemente que en su profesión la objetividad era la única opción porque sólo así puede uno “identificarse con las víctimas de la Historia y sus causas perdidas.” Estaba convencido de que los cínicos no valen para el oficio de reportero.
Manuel Leguineche, el padre de la tribu de los corresponsales españoles, dice de él que leía lo que pocos eran capaces de leer, veía lo que pocos eran capaces de ver; y estaba guiado por la compasión, por su amor hacia los pueblos abandonados, por un sentido de la solidaridad propio de su ética del periodismo. Y Alfonso Armada describía su estilo como “el de su alma, la de un hombre cercano capaz de encender hogueras de palabras que calientan e iluminan más que el fuego.”
Debió de ser un amigo inolvidable.
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