Siempre es aconsejable leer a sabios. El ensayo España Invertebrada de Ortega y Gasset, aunque escrito en 1921, es de una actualidad sobrecogedora. Es un estudio sobre los problemas de España al hilo de una interpretación de su constitución histórica.
Decía el filósofo que lo que define una nación es un proyecto sugestivo de vida en común; que los grupos nacionales no conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos. En su opinión la unidad española se hace para realizar una gran empresa.
España fue el primer estado moderno (utilizo la palabra estado en su acepción burocrática y administrativa) de Europa; ocurrió en 1492. Y en 1812 -en Cádiz- se redactó la primera constitución liberal de todas las que vendrían después en el siglo de las revoluciones liberales europeas. Esta Constitución respondía a los nuevos principios abstractos definidos tras la revolución francesa. Por encima de todos destacaba el artículo 3, que decía que la soberanía reside esencialmente en la Nación, y por tanto, es derecho exclusivamente suyo establecer sus leyes fundamentales.
Tampoco está de más recordar que la Constitución de 1978 fue consensuada por todos los partidos políticos. Su proemio invoca “la Nación española”, y el artículo 2º explicita: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles; y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”
El columnista Arcadi Espada escribía recientemente (EL MUNDO 4-12-06) que la base para que nuestra democracia funcionara fue que tanto la derecha como la izquierda aceptaran una Constitución para todos, en la que el espíritu de la reconciliación estuviera por encima de las ansias de revancha. Era preciso enterrar las dos Españas para construir una España única de manera conjunta. Por eso es fundamental que los dos grandes partidos estén de acuerdo sobre los aspectos básicos para el desarrollo histórico del país, es decir, los que tengan mayor capacidad para unir a los españoles: el modelo territorial del Estado y la defensa de la libertad y la democracia frente al terrorismo. Por esta razón –sigue Espada- el cuestionamiento del modelo de Estado y la ruptura de la unidad frente a ETA dañan el consenso, base de la Constitución del 78.
A la hora de "definir la grave enfermedad que España sufre" Ortega advertía que muchas de estas dolencias españolas son comunes a toda Europa, aunque resultan menos visibles. También, frente a la idea tradicional de la decadencia de España, Ortega opinaba que esta decadencia no había existido, por no haber habido nunca un estado normal de salud. Con el Presidente Rodríguez Zapatero esta anormalidad se ha acentuado hasta tal punto que hacía tiempo que no se vivía la presente crispación política y social. Porque una nación –decía Ortega- es un sistema dinámico, una empresa, y por tanto o se está integrando o se está desintegrando.
Nuestro filósofo escribió su ensayo hace casi ochenta años, lo que evidencia, además de la vigencia de su obra, la gravedad de la situación. Lo poco que hemos avanzado. Pasados los siglos seguimos cuestionando si España es una nación.
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