Pierre Gemayel era una figura central de la política del Líbano. Un hombre contrario a la ocupación siria y que apostaba por la democracia y el entendimiento con Occidente. Era un Gemayel, un miembro del clan más representativo del cristianismo libanés. Una corriente que, como el sunismo que representaba Hariri, cree en la convivencia y en el respeto a los demás, apuesta por la democracia y por la independencia nacional.
Hace unas semanas calificaba en estas páginas de inconclusa la guerra que acababan de librar Irán-Hezbollah e Israel en suelo libanés. Escribía que la atomización de Irán es el problema más serio al que se enfrenta la comunidad internacional. Ahora el asesinato de Gemayel vuelve a poner de manifiesto la auténtica amenaza para la estabilidad de la región de Oriente Próximo. Aunque las acusaciones han recaído sobre el régimen de Damasco, es éste un régimen débil que no mueve ficha sin el consentimiento de Teherán.
Israel da por descontado que los iraníes persiguen la adquisición del arma nuclear. Aunque no existen pruebas definitivas, sí hay suficientes indicios en apoyo de esta tesis. Como buenos realistas, su inteligencia estará trabajando sobre la hipótesis más pesimista. De momento y en previsión de un enfrentamiento con Irán, el gobierno judío ha aumentado su presupuesto militar.
También, en su reciente viaje a EEUU, el Primer Ministro de Israel, Ehud Olmert, ha dejado entrever la posibilidad de que su país emprenda una acción militar contra Irán y su programa nuclear. La respuesta de Irán no se hizo esperar. Su presidente, Mahmud Ahmadinejad, vaticinaba la destrucción de Israel. Al igual que en el verano pasado el enfrentamiento, seguramente, tendrá lugar en escenarios secundarios: el Líbano, los territorios palestinos o tal vez incluso en Siria, aunque ésta última es menos probable.
También, en su reciente viaje a EEUU, el Primer Ministro de Israel, Ehud Olmert, ha dejado entrever la posibilidad de que su país emprenda una acción militar contra Irán y su programa nuclear. La respuesta de Irán no se hizo esperar. Su presidente, Mahmud Ahmadinejad, vaticinaba la destrucción de Israel. Al igual que en el verano pasado el enfrentamiento, seguramente, tendrá lugar en escenarios secundarios: el Líbano, los territorios palestinos o tal vez incluso en Siria, aunque ésta última es menos probable.
El riesgo es alto. Nos encaminamos a un conflicto de tales dimensiones que elimine por muchos años cualquier esperanza de paz en la región.
Para Europa y Estados Unidos la independencia libanesa y la estabilización del naciente régimen democrático es uno de los objetivos más importantes, dentro de ese proceso de gran calado que es la reconstrucción de Oriente Medio. En un momento en que la comunidad internacional entera intensifica sus esfuerzos para buscar y lograr una solución al conflicto israelo-palestino; surgen nuevas iniciativas de paz y los principales actores firman un alto el fuego, otros buscan desestabilizar y servirse del caos imperante en la zona para convertirse en potencias regionales.
Irán y Siria se sienten fuertes y no van a cesar hasta trasformar el Líbano y Palestina en verdaderos enclaves islamistas. Para ellos la guerra civil es una opción perfectamente aceptable, sobre todo si es en suelo ajeno. Gemayel no será el último político moderado asesinado en Líbano. Otras ejecuciones están por llegar hasta desestabilizar este pobre país, que caerá definitivamente en manos de Siria si Occidente no actúa pronto y con decisión. Por eso es necesario dotar a FINUL de un mandato claro, aumentar el número de tropas y darles el armamento necesario para que puedan llevar a cabo su misión y para no revivir el trágico espectáculo de los Balcanes, donde cascos azules servían de tiro al blanco a francotiradores serbios. Y sobre todo, desde Europa debemos empezar a trasladar el mensaje de que estamos dispuestos a aceptar con mayor entereza la muerte de nuestros soldados en aquellas misiones que creemos justas y de nuestro interés.
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