viernes, 30 de enero de 2009

La corrección política II (El Universo 03.04.2007)

Concebir a la persona como un ser lleno de dignidad, libre y responsable de sus actos es una aspiración que se ha conformado con los siglos. Negar esa dignidad fundamental ha generado niveles de sufrimiento y miseria humana inaceptables. Conviene recordar también, que un ambiente de libertad y de respeto a sus derechos, permite a las personas desarrollar iniciativa, imaginación e innovación, auténticos motores del progreso; que el avance económico está ligado a las sociedades abiertas.
Para John Stuart Mill, pensador inglés del siglo XIX, la libertad es el principio regulador de las relaciones entre la sociedad y el individuo con el fin de evitar el despotismo sobre los individuos y las minorías. Efectivamente, la libertad es un compromiso entre aquello que la limita y aquello que la impulsa; no en vano decimos que nuestros derechos acaban donde empiezan los de los demás.
Mill y los pensadores liberales que vinieron después, nos transmiten la idea que el pulso a la libertad es continuo y, por tanto, la resistencia ha de serlo también. Que si existe una constante en la historia, es el comportamiento errático del hombre. El poder corrompe, porque los políticos, como los que no son políticos, son humanos. Por eso los liberales desconfían del poder -ya sea de derechas, de centro o de izquierdas- que siempre busca ampliar su influencia a costa de la libertad de los ciudadanos. Pero la tiranía de la mayoría no se ejerce sólo mediante las acciones del gobierno, sino de manera más difusa y por ello más temible, a través de la propia sociedad.
Democracia es casi sinónimo de tolerancia, pero la idea moral de tolerancia incluye la necesidad de admitir en los demás una manera diferente de pensar de la nuestra. Voltaire, por ejemplo, defendía la tolerancia porque “todos cometemos errores y siempre permanecemos en cierto modo ignorantes.” Precisamente de ahí deriva el derecho –y la responsabilidad- de reconocer la pluralidad de opiniones; de huir del pensamiento único. Ésta es la clave del éxito de Occidente: su capacidad y flexibilidad para replantearse dogmas y aceptar la necesidad de mejorar con la aportación, rica y variada de los individuos; reconocer en los demás el deber de seguir lo que dicta su conciencia. Sin embargo, algunos conciben la tolerancia como una condescendencia con un error criminal; como si su punto de vista fuera el único verdadero y los demás necesitáramos ser guiados hacia aquello que es bueno para nosotros.
Lo políticamente correcto se puede convertir en tiranía. La imposición de un único modo de ser, pensar y actuar, es la negación de la libertad. Y sin libertades plenas la democracia no existe, es un artificio. A través de la corrección política se corre el riesgo de convertir la historia, el derecho y la economía -como escribió Hayek- pero también la cultura –como supo ver Adorno– y la información, en "fecundas fábricas de mitos oficiales, que los dirigentes utilizan para guiar las mentes y voluntades de sus súbditos". Una educación liberal, que habilite y favorezca el desarrollo del individuo, para que este a su vez, colabore en la mejora de la sociedad en la que vive, desde su individualidad, es la única que garantiza los fundamentos de un sistema democrático. Sin esa educación liberal, de respeto de las libertades, la democracia se convierte en un pretexto para ejercer y manejar el poder.

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