La distancia del expatriado mitiga la tristeza que produce el derrumbe nacional y convierte en melancólico un fenómeno demasiadas veces repetido en la historia española.
A pesar de las crisis pasadas, nunca nadie hizo tanto daño a España en tan poco tiempo. Ya no es suficiente calificar a Zapatero como un indigente intelectual. Su forma de gobernar le convierte asimismo en un discapacitado moral. ¿Cabe otra manera de calificar a quien coloca sus ambiciones políticas y su apego al poder por delante del bienestar de 40 millones de personas? Esto es aplicable a cualquier miembro del partido socialista que se atreve a criticar, únicamente en privado mientras calla en público, al que Herman Terstch denomina maliciosamente, Gran Timonel.
En los treinta años de democracia española hemos visto dos formas de concebir el poder y gobernar que resultan ilustrativos. Tras liderar la Transición y asentar las bases de una España democrática, Adolfo Suárez tuvo la grandeza de dimitir cuando consideró éste el mejor servicio que podía prestar a España. Y fue un gran presiente. José María Aznar inició su primera legislatura prometiendo que no estaría más de ocho años en el poder. Ensoberbeció pero cumplió su palabra. Y fue un gran presidente. Lástima que no abriera un proceso de primarias y –como si el poder fue suyo para otorgar- prefiriese elegir un sucesor. Ni entonces ni ahora se ha ganado Rajoy estar donde está. Antes que Aznar, Felipe González ocupó el poder durante 12 años: GAL, corrupción, expropiaciones arbitrarias, financiación ilegal, politización de la justicia y el consiguiente descrédito de las instituciones.
Para aquellos que no tuvieron suficiente con este primer experimento socialista, ahí está ZP, empeñado en demostrar que el modelo ideológico que murió en 1989 es válido para el desarrollo humano en el siglo XXI. Pero la historia es testaruda. Hoy, ZP, el hombre que no ha hecho nada, que no sabe de nada y a quien todo le da igual, está sobrepasado por una crisis que escapa a su estrecha mente. El rostro del Presidente refleja el agotamiento de quien se empeña una y otra vez en adaptar la realidad a sus deseos. Que los errores de su inconsciencia y su falta de conocimiento lo pagan los españoles, lo mismo da; hipotecar el futuro del país gastando lo que no tiene, lo mismo da; que ETA vuelva a las instituciones, lo mismo da; que el español medio se haya empobrecido bajo su mandato, lo mismo da. Aunque claro, los propios españoles le han colocado en La Moncloa. Que cada palo aguante su vela.
Temible resulta el escenario. ZP, arrinconado y aislado, recurrirá a sus peores técnicas y ardides para mantenerse en el poder a toda costa. Su único activo -su asombrosa habilidad para los pactos más inverosímiles y para la reconversión de las alianzas- resulta nuestro mayor peligro. Más poder para los nacionalistas, más espacio para los radicales y ¿por qué no?, una alianza con ETA.
Menos España y menos libertad.
La tenacidad con la que algunos votantes socialistas se aferran a sus líderes es sólo comparable al tribalismo que lleva a muchos habitantes de países africanos a votar a los mismos líderes una y otra vez, simplemente, porque son de su misma etnia. Igual da que éstos les conduzcan a la ruina.
ZP resultaría útil si, por fin, nos diéramos cuenta de lo que es realmente la izquierda española. De no ser así, es que no tenemos remedio.
A pesar de las crisis pasadas, nunca nadie hizo tanto daño a España en tan poco tiempo. Ya no es suficiente calificar a Zapatero como un indigente intelectual. Su forma de gobernar le convierte asimismo en un discapacitado moral. ¿Cabe otra manera de calificar a quien coloca sus ambiciones políticas y su apego al poder por delante del bienestar de 40 millones de personas? Esto es aplicable a cualquier miembro del partido socialista que se atreve a criticar, únicamente en privado mientras calla en público, al que Herman Terstch denomina maliciosamente, Gran Timonel.
En los treinta años de democracia española hemos visto dos formas de concebir el poder y gobernar que resultan ilustrativos. Tras liderar la Transición y asentar las bases de una España democrática, Adolfo Suárez tuvo la grandeza de dimitir cuando consideró éste el mejor servicio que podía prestar a España. Y fue un gran presiente. José María Aznar inició su primera legislatura prometiendo que no estaría más de ocho años en el poder. Ensoberbeció pero cumplió su palabra. Y fue un gran presidente. Lástima que no abriera un proceso de primarias y –como si el poder fue suyo para otorgar- prefiriese elegir un sucesor. Ni entonces ni ahora se ha ganado Rajoy estar donde está. Antes que Aznar, Felipe González ocupó el poder durante 12 años: GAL, corrupción, expropiaciones arbitrarias, financiación ilegal, politización de la justicia y el consiguiente descrédito de las instituciones.
Para aquellos que no tuvieron suficiente con este primer experimento socialista, ahí está ZP, empeñado en demostrar que el modelo ideológico que murió en 1989 es válido para el desarrollo humano en el siglo XXI. Pero la historia es testaruda. Hoy, ZP, el hombre que no ha hecho nada, que no sabe de nada y a quien todo le da igual, está sobrepasado por una crisis que escapa a su estrecha mente. El rostro del Presidente refleja el agotamiento de quien se empeña una y otra vez en adaptar la realidad a sus deseos. Que los errores de su inconsciencia y su falta de conocimiento lo pagan los españoles, lo mismo da; hipotecar el futuro del país gastando lo que no tiene, lo mismo da; que ETA vuelva a las instituciones, lo mismo da; que el español medio se haya empobrecido bajo su mandato, lo mismo da. Aunque claro, los propios españoles le han colocado en La Moncloa. Que cada palo aguante su vela.
Temible resulta el escenario. ZP, arrinconado y aislado, recurrirá a sus peores técnicas y ardides para mantenerse en el poder a toda costa. Su único activo -su asombrosa habilidad para los pactos más inverosímiles y para la reconversión de las alianzas- resulta nuestro mayor peligro. Más poder para los nacionalistas, más espacio para los radicales y ¿por qué no?, una alianza con ETA.
Menos España y menos libertad.
La tenacidad con la que algunos votantes socialistas se aferran a sus líderes es sólo comparable al tribalismo que lleva a muchos habitantes de países africanos a votar a los mismos líderes una y otra vez, simplemente, porque son de su misma etnia. Igual da que éstos les conduzcan a la ruina.
ZP resultaría útil si, por fin, nos diéramos cuenta de lo que es realmente la izquierda española. De no ser así, es que no tenemos remedio.