martes, 27 de enero de 2009

El que se siente a gusto cuando otros no pueden (El Universo 27.10.06)

Momentos después de que un grupo nacionalista, del que formaban parte militantes y cargos públicos del Partido Socialista Catalán, insultara y golpeara a dirigentes del Partido Popular, el presidente Zapatero declaraba en Sabadell: “Yo siempre estoy feliz, me siento cómodo en Cataluña, no como otros dirigentes.”
Esa incomodidad a la que hace alusión Zapatero, es fruto de la persecución a la que unos ciudadanos están siendo sometidos por querer expresar libremente sus ideas ante un público que, voluntariamente, había ido a escucharlas. Lo habíamos visto ya durante la campaña previa al referéndum del Estatuto. Militantes de Ciudadanos de Cataluña y del Partido Popular fueron agredidos verbal, e incluso fisicamente. No hubo una condena seria a los insultos y mítines reventados.
Hechos como estos dan la razón a los que denuncian los peligros que el nacionalismo entraña para nuestra Nación y nuestra democracia. Demuestran que el nacionalismo es una ideología liberticida y no democrática, porque la democracia precisa libertad de pensamiento y de palabra, libertad para no atarse a ideas fijas y para discutirlas todas.
"¿Dónde está el máximo responsable de velar por los derechos y la seguridad de todos los ciudadanos? No estaba lejos. También estaba en Cataluña, en Sabadell. Mientras nosotros corríamos bajo una lluvia de piedras e insultos, él se jactaba ante los suyos de encontrarse cómodo en Cataluña, no como otros dirigentes..." Exclamaba indignada Cayetana Álvarez de Toledo, una de las agredidas.
Es preocupante que el único partido de oposición no pueda celebrar actos políticos en Cataluña. Es preocupante que este tipo de actitudes se hayan normalizado hasta el extremo de que nadie, a excepción de los que las padecen, proteste por ellas. Es preocupante la continúa inacción del Gobierno Zapatero, que debería ser de todos los españoles, para impedir y condenar estas acciones. Es preocupante la facilidad con la que nuestra sociedad encaja estos actos violentos que persiguen un objetivo político.
Esta violencia no se condena, no se combate, y, como resultado inevitable, se perpetúa y se legitima. Se institucionaliza.
Tiene razón Mariano Rajoy cuando dice que el Gobierno abdica de sus funciones al no proteger a estos políticos o al declararse incapaz de garantizar la seguridad de los asistentes a la cumbre de Ministros de Vivienda por miedo a los violentos.
Las palabras de Zapatero se enmarcan en el contexto preelectoral que vive esta comunidad autónoma, lo que las convierte, en más desafortunadas y peligrosas. No es lícito ni democrático buscar réditos electorales a costa de la persecución que sufren otros por expresar y defender su proyecto político.
Resulta impropio de una democracia occidental que los violentos ocupen la calle y los demócratas tengan que esconderse. Y es inexcusable que en una democracia el Estado no actúe con máxima contundencia para prevenir y reprimir esos actos.








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